martes, 15 de septiembre de 2009

Ignus tres: Eritis sicut Deus.

Nuestra sociedad jerarquizada seguirá su imparable curso. Las ciudades engordaran, edificios más altos se alzarán sobre sucias y oscuras calles pobladas de vidas anónimas que se resignarán sin saberlo a una casa, un coche, una pareja.

La Democracia es el único sistema, el capitalismo el único animal al que el ser humano puede alimentar sin destruirse, es lo que necesita el ser humano, competitividad, poseer más que el de al lado, placebos ideológicos que satisfacerá cada cuatro años, un trabajo sin preocuparse de lo que le pueda pasar al resto. A través de los años el egoísmo y el caracter animal fue creando una sociedad que está tan metida en nuestra cultura que es imposible derribar aquellos pilares sobre los que se edifican los males de nuestra sociedad.

Necesitamos ignorancia, el preocuparnos un poquito de algo para poder seguir manteniendo nuestra gran hipocresía. Habrá ciclos, idelogías emergentes que serán segundas partes de morales deprimentes, resurecciones de ideologías totalitarias, caos reprimido, barrios marginales debido a la gran inmigración, barrios separados por altos muros. Cada cual seguirá defendiendo las cuatro chorradas que nos hacen pensar que creemos en algo diferente al resto, algo por lo que merece la pena hablar y debatir pero no levantarse e intentar que algo cambie.

Eritis sictu Deus.

Pero somos vacas, rebaño controlado. Somos animales enjaulados en prejuicios y miedos, animales fuera de nuestro entorno. Edificamos una sociedad para adaptarnos a un planeta peligroso y todavía no nos hemos adaptado a estas grandes ciudades. Lo único que hacemos es aceptar una sumisión y la muerte de nuestras individualidades, reprimir instintos y voluntades para poder vivir en un gran colectivo. Habrá canallas, gentuza, que sacará su lado más humano; se les juzgarán, pediremos penas más duras sin saber de leyes, nuestra boca se llenarán de insultos hacia esas personas que son el reflejo del animal que reprimimos. Aplaudiremos que se les meta en la cárcel y ya nos sentiremos más agusto, hasta que la tele nos de otra cabeza de turco con la que desahogarnos. No pensaremos en el por qué, en soluciones, en qué anda mal para que alguien mate a su familia o en un ataque de cólera acuchille a un chaval en un día de fiesta. ¿Para qué? Nos basta con que le metan en la cárcel y comentar lo malo que es desde nuestro salón.

Me gustaría ver a Dioses alzándose desde las calles más oscuras de la ciudad proclamando una nueva forma de ver las cosas, oír un grito desesperado que callase la voz de la deprimente moral occidental.

Ignus duo: Tempus fugit

Algo así no podía durar mucho. El alcohol ya subía cada vez menos. Conocí los porros, placebo que calmó e incluso me enseño un modo de relajarme, de pensar e incluso de meditar. Largas tardes en parques, la litrona al lado del librillo de papeles. Una razón para dejar las peleas y la irresponsabilidad y ser esclavos de otra rutina, diferente pero igual, tirados riéndonos, con la misma nada en nuestras manos, atrapándo el momento conviertiéndolo en una ilusión para luego destruirlo.

Me cansó, todo me cansó. Pertenezco a una generación con la que comparto sus vicios pero no sus virtudes. Dejé las drogas, no por moral o porque me hiciera mal, algo así me daba igual. Simplemente me aburrí, me cansó el llegar a casa y no poder hacer nada más que tirarme a al cama, encender la tele y dormir. Necesitaba pensar por aquel entonces. Lector desde siempre, iba ampliando razonablemente mis horizontes, me gustaba pensar en los que otros pensaban, me reconfortaba sentirme defensor u objetor de las ideas que alguien escribió hace tiempo. Curioso por naturaleza, era algo a lo que quizás por mi educación o por mi forma de ser estaba reservado desde hace tiempo. Leer me hizo diferente al resto, me hizo pensar en otras cosas. Un autor desencadenaba en otro, una idea en una teoría, un autor en una generación.

Y es que me siento diferente pero igual de gilipollas. Nací entre libros debido a un padre periodista. Soy republicano, dije con 13 años con tal de harcerle creer a mi padre que mi cabeza era portadora de alguna ideología. Pronto descubrí que no era nada excepto alguien a lo que no le agradaba nada de lo que le rodeaba. Nietzsche fue mi mentor, su poesía fue lo único en lo que creí durante un tiempo. Soñé con una sociedad diferente, con que cada cual pudiera mejorarse a sí mismo formando un colectivo diferente que pudiera acabar con todo lo malo. Me auto predicaba una moral nueva y fresca, idealismo que no compartía con nadie y que ahogaba en mi cabeza. Parece rápido pero duró, de creer en que un Übermann pudiera aparecer, en el que pudiéramos ser cabezas pensantes y no esclavos, pasé a no tener fe en un ser humano que me deprimía.

Mis amigos eran todo lo que yo rechazaba, pero aprendí a quererlos. Mi mayor conocimiento sobre libros y cine me llevó a una equivocada creencia de poseer una superioridad intelectual sobre ellos. Acabé por quererlos con sus faltas mientras empecé a odiar mi mediocridad y mis necesidades, tan banales como las que antes rechazaba. Simplemente buscaba conversaciones que mis amigos no podían darme. Al final, maté cualquier pensamiento, cualquier crítica hacia mi día a día para reservarla cuando estuviese a solas, que es cuando me liberaba. Esclavo, me socializaba por ser algo que necesitaba, sin quererlo realmente. Pensaba, me rallaba tirado en el parque, en fiestas en casa de gente que no conocía ni quería conocer.

Entre días aislado entre música y películas, había largas jornada de cerveza y porros, integrado en una juventud con la que no tenía absolutamente nada en común, excepto sus vicios, que poco a poco iban aburriéndome. Lo que más me gustaba era ver una película solo, leer un libro que más tarde no podría comentar con nadie.

Un día, gracias al impulso de un argentino, me dio por escribir todo lo que guardaba para mí, todo lo que iba acumulando en mi cabeza en esos días deprimentes con mis amigos, todo lo que veía, necesidades, odio, furia, individualidades asesinadas, democracia muerta. Mi bolígrafo empezó a volar, trazando las líneas que mi cabeza hacia tiempo necesitaba. Siempre quise escribir, pero nunca me sentí capacitado, leer a grandes autores me provocaba una inferioridad que me impedía liberarme.

Orgulloso releí mi primera obra, estaba contento de haber escrito unas escasas líneas sobre lo drepimente de mi sociedad. Empecé a creer en un fin, el de escribir y contar cosas.

Falso, mentira. No es más que una justificación plana y estúpida de otra necesidad, no es más que otro acto igual a todo lo que critiqué. Me río de las frases que intentan dar un gran sentido a un absurdo un arte, a la banal escritura a la ilógica idea en que un buen fin es transmitir algo. Transmitir, joder, lo único que puedo hacer es éso, calmar mi necesidad satisfaciendo al resto, que necesitan de otras obras, como yo necesito a Tarkovsky, a Nietzsche, como necesito pensar o escribir.

Ahora no hay quien me saque de un nihilismo que me impide hacer lo único que me gusta y de lo que me siento orgulloso. Paso tardes sin sentido volviendo a casa para no poder ni escribir. Leo con gusto, aunque menos. Escribir no deja de ser para mí otra necesidad como comer o follar. No hay más sentido que el de suplir una carencia, la de contar algo, la de sacar cosas de mi cabeza. Perdido en una generación perdida, idealista de un nihilismo que mata incluso lo que necesito y lo que me gustaría creer. Por la noche escribo, escasamente, de vez en cuando, y por la mañana me arrepiento, con vergüenza maldigo mis ridículos párrafos, asqueado por las estupideces que llego a pensar. Sin embargo, aquí estoy, quizás porque es lo único que se me da bien hacer, lo único que me gusta hacer o quizás porque estoy borracho.

Tengo que escribir más me digo. Pero joder, no puedo.


Riaño

viernes, 11 de septiembre de 2009

Ignis unus: Carpe Diem

Pertenezco a la generación botellón. Jóvenes en busca de una libertad, cuatro euros la borrachera, tirados, en un parque, bebiendo. El nihilismo en nuestro interior nos obligaba a perdernos con cualquier escusa, las drogas era lo más fácil, nuestra buena educación y las condiciones de nuestro barrio evitaron que cayésemos en otra distinta al alcohol. Los fines de semana era una peligrosa rutina de borrachera, resaca y borrachera. Conversaciones entre medio, alguna chica y peleas debido una mentalidad infantil y en una adrenalina que necesitábamos liberar. Gozábamos de una libertad que ninguna otra generación había tenido, y por ello, nos exigíamos una diversión directa, una liberación de la que no nos dábamos cuenta que ya gozábamos, pero que estaba oculta en las noches de una inmensa ciudad.

No estuvo del todo mal, el alcohol ahogaba mi timidez, lo que me llevó a besar algunos jóvenes labios, labios de chicas que nunca llegué a conocer, y por supuesto, ellas tampoco a mí. Cómo me iban a conocer si para mí mismo era un completo desconocido. Bebía porque era lo único que conocía, porque era lo fácil, todos lo hacían, era a lo que estábamos acostumbrados.

Hubo peleas. Las recuerdo con una sonrisa en mi boca. Cada vez que las recordamos mis amigos y yo volvemos a sentir esa adrenalina que nos azotaba... Corríamos, huyendo, persiguiendo... A veces sangrábamos, pero siempre reíamos. El alcohol nos permitía entablar peleas más fácilmente, pero necesitábamos soltar esa adrenalina, necesitábamos golpear con furia una sociedad que renegaba de un individualismo, el nuestro, que neceistábamos expresar de cualquier forma. Podríamos haber hecho cualquier otra cosa para sentirnos diferentes, pero éramos jóvenes borrachos. Éso nos hacía despertar de una oscura pesadilla, disparaba nuestro entusiasmo, el comentar la pelea de ayer, o la gamberrada de la semana pasada nos daba un patético sentido a nuestra vida.

Ésa es mi generación, una panda de jóvenes borrachos que no creen en nada, pero que beben para poder tener algo, para llegar a soñar en algo. La violencia y las irresponsabilidades forman parte de un carácter ahogado por una sociedad que enseña a ser un número y no un individuo, obliga a recitar y no a pensar en una pobre educación que encierra aún más nuestros cerebros en una ignorancia que desconocemos.

Y luego la sociedad echa pestes, luego los graffittis que inundan la ciudad son sucios garabatos, luego somos unos locos que no sabemos qué es el respeto y que nos falta autoridad. Pero luchamos, sin saberlo, por darnos a conocer en una sociedad a la que no le interesamos. El triunfo de la Democracia resucitó el desinterés por todo, por la política, por cambiar algo. No se puede hacer nada es lo que suelen decir nuestras jóvenes bocas, pero es sólo una forma de no pensar en si se puede hacer algo o no, es algo que no interesa. Un cubata, tres hielos, hasta la mitad de vodka, naranja, una chica... Era lo único que buscábamos.

Riaño