miércoles, 1 de julio de 2009

La noche

es noche y nada más. Taxistas en la plaza, hablando, soportando la noche y nada más, una sirena muda de un patrulla lucha con la luz de un camión de limpieza y que junto con las farolas iluminan la ciudad.

En frente de la ventana del narrador, un gran hotel, sólo con una ventana iluminada, la del último piso. En el balcón de la ventana iluminada una pareja, apenas se distinguen, el narrador apenas puede ver sus contornos, se funden con la luz que viene del cuarto en el que se hospedan. Parece que se trata de un hombre y su novia, quizás de un hombre y su hija, o de una pareja de jóvenes, dos chicas o un par de veinteañeros, no se ve bien, y permanecen ahí, parados, fijos sin moverse, quizás hablando sobre la ciudad de Madrid, quizás hablando de nuestro narrador que deja de contemplarlos por miedo a que ellos estén mirándole.

Nuestro narrador se fija en la pareja, el de la izquierda más alto que la figura de la derecha, pero a veces ambas figuras se equiparan, aunque no se muevan. Nuestro amigo y compañero narrador sigue a lo suyo, a las dos de la mañana bebiendo una cerveza [su marca de cerveza aquí] y viendo como los taxistas hablan, como los patrullas se mueven por la iluminada ciudad, disfrutando del frescor de la noche y nada más.

Las figuras de repente alzan los brazos, sus brazos derechos, señalando a nuestro pobre e indefenso narrador, sus brazos derechos apuntando hacia la ventana en la que nuestro algo borracho narrador permanece algo asustado, con la mirada fija en la ventana del hotel donde permanecen esas inquietantes figuras y sus aún más inquietantes dedos que lo señalan. Los brazos no ceden, como si la vida o la muerte dependiese de ello, señalando a nuestro agotado narrador. Éste no sabe que hacer, se rasca la cabeza, deja de mirarles y presta atención en el asfalto urbano, pero la curiosidad le puede y vuelve a mirar, y ahí están, las figuras inquietantes señalándole. Así que bueno, me lo tomaré con filosofía, se dice, no les veo bien, continúa, la cerveza, la noche y la iluminación de su cuarto me estén engañando, sí, es la cerveza-noche-luz y nada más.

Pero nuestro joven narrador no logra tranquilizarse y sigue viendo esos dedos, dedos que le señalan que le juzgan que le inquietan, desde lo alto del hotel en frente de su ventana. Entonces nuestro narrador comienza a gritarles, ¡qué cojones queréis!, comienza a gritar a las figuras. ¡Dejadme en paz! añade, ¡BAJAD ESOS MALDITOS BRAZOS!

Pero las figuras no ceden, no. Los brazos permanecen fijos, señalando la ventana de nuestro protagonista y narrador quien vuelve a pegar un largo trago a la cerveza y tira la lata por la ventana intentando alcanzar el hotel, pero se queda a medio camino. RISAS, risas horrendas empieza a oír nuestro horrorizado narrador que no deja de escribir para intentar saber qué demonios está pasando y os prometo que no lo sé, son eso, figuras que me señalan y nada más y no puedo dormir... Son las 4 de la mañana y no puedo dormir. Esas figuras no dejan de señalarme, cada vez que miro ahí están y sólo responden con risas horrendas, oh dios mío, qué puedo hacer.

Suena el timbre, no, no puede ser verdad.

No, claro que no es verdad, es una ilusión, al igual que las risas. Pero las risas se hacen más fuertes, y el timbre suena una y otra vez. ¡Qué cojones queréis de mí! grito a las malditas figuras, ¡el qué!

Pero las figuras siguen riéndose.

Y siguen

Y el telefonillo

Y los taxistas siguen ahí abajo. ¡Oye, ayuda! ¡AYUDA! ¿¡¿POR QUÉ NO ME ESCUCHÁIS?!?

¿¡¿POR QUÉ?!?!

Mi pulso se aceleraya ni siquiera puedo escribir bien, dios mío qué es sto q pasa aki, es una pesadilla, si sólo una pesadilla,

RISAS TELEFONILLO RISAS

Una pesadilla, si me tiro por la ventana seguro que me levanto de este horroroso sueño, sí seguro... Porque es éso, un sueño y nada más.

Nuestro narrador sube la pierna hacia una ventana abierta y se apolla con los brazos en las que están a su lado. ¡Joderos! ¡MI DESPERTAD SERÁ VUESTRA MUERTE!

Y nuestro narrador cae por la ventana, cae y se estampa contra la acera. Sus sesos se esparcen por la plaza y la sangre fluye hasta los taxis aparcados en el asfalto.

Joder, qué loca está la gente de esta ciudad, dice uno de los taxistas.

Y que lo digas.

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