Ella. Pelo moreno hasta los hombros, grandes ojos marrones, bonita sonrisa. Tímida pero preciosa, amable y divertida. Además, estaba realmente bien de cuerpo, algo que no me importaba realmente. La contemplaba, más borracho de lo que me apetecía, las épocas de grandes resacas habían pasado para mí, al igual que las oportunidades que pudiera tener con Ella. Pero aún así me daba igual, la miraba y Ella reía, ajena a todo lo que me pasaba por la cabeza, reía, me miraba y seguía sonriendo y luego desviaba la mirada para seguir con sus cosas, hablar con el resto de nuestros colegas o yo qué sé, la verdad que me daba un poco igual lo que estaba haciendo en ese momento, sólo me importaban esos ojos marrones.
Más tarde, cada uno por su lado, yo a mí casa, y no quise pensar qué pudiera estar haciendo Ella. Sin duda yo sería el único de los dos que pensase en el otro. Y así me quité la camiseta, cogí una lata de cerveza, estiré los pies para situarlos a nueve pisos del asfalto madrileño y y mientras escuchaba una canción de hip-hop con bases de jazz y el aire acariciaba mis pies, pensaba en qué demonios podía escribir para sacarme lo que llevaba dentro y así olvidarla, como olvidé a tantas otras.
Riaño
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