martes, 28 de abril de 2009

Realmente no sé cómo empezar. Empezar por el principio me parece aburrido, además, todos sabemos cuál es el principio: sangre, llantos y un cordón umbilical cortado.

Así que empezaré por el medio. Tenía algo que me molestaba en mi interior. Cada vez era más pesado y me asfixiaba así que muy inteligentemente me fui al médico. El doctor me hizo una prueba aquí, y otra allá, con gran profesionalidad, pero no me encontró nada. Puede que sea algo de la mente, o del espíritu, o un estado transitorio emocional, o algo así me dijo. Le agradecí su falta de un diagnóstico claro y me marché.

Sin embargo, estos síntomas que formaban una enfermedad única, se repetía cada día, a veces en varios momentos, otros días en muchas ocasiones. Era algo que sigue siendo aún hoy, algo que aún está en mi interior. Es como una ausencia de algo, como un exceso de otra cosa, es una nausée que no me deja en paz, que me agobia y no me deja comportarme de forma normal, ni dormir tranquilo.

La nausée nos invade a todos, y últimamente sobre todo a mí. La nausée se apodera de mí cuando voy de fiesta y veo a todos esos jóvenes de mi generación drogados y borrachos, como yo pero más, bailando una apestosa música noche tras noche, semana tras semana.

La nausée es un hombre negro blanquecido sentado en la Gran Vía, con la mano en la cabeza, como si la mano supiese todos sus problemas y le consolara acariciándole la cabecita. Un negro blanquecido por su duro trabajo sin un duro en sus blanquecidos bolsillos de su blanquecido mono de trabajo.

La nausée es lo que respira esta sociedad, las grandes ciudades. Es la gente ignorando todo a su alrededor, ignorando una nube que se une a otra formando un puente entre un barrio y otro. Ignorando el sonido de un pájaro, de un niño llorar, de una mujer alta en altos tacones. Es el sumirse en los cascos para adecuar la realidad. Es el conjunto de valores estéticos deprimentes donde una voz fea y una guitarra poco usada se considera más hermoso que un tren entrando en el andén, obra del hombre, como un caballo veloz que nunca emitirá dos veces el mismo sonido. Es considerar al ruido, ruido porque así es considerado y no música, y no vida ni alma ni expresión ni irrepetible ni fugaz ni intenso ni fuerte ni maravilloso.

La nausée es peligrosa, tened cuidado, te puede atrapar de lleno, te puede asfixiar. A mí me asfixia, me sobrecoge, me hunde en la miseria cuando paseo al lado de un monumento a los caídos en una absurda guerra, monumento lleno de soldaditos con sus bracitos para poder agarrar su limpio fusil, con sus medallitas y su limpio traje en su torso unido a sus piernecitas que permiten al cuerpo andar al ritmo de la obediencia, como si en la guerra los soldados conservasen su integridad, como si en la guerra los cuerpos no se separasen de las piernas, como si los fusiles no se mezclasen de barro, sangre y lágrimas, como si el monumento recordarse una guerra limpia y fructífera. Pero viene el presidente de Francia hay que poner soldaditos y fusiles, hay que poner banderitas de España y del país galo, banderitas de rojo-amarillo-rojo, de liberté-égalité-fraternité.

La nausée es un gran enemigo. Hay momentos en los que uno no puede más y la nausée te hace estallar, hace estallar a los palestinos. No, no son bombas. Los palestinos sienten tanta nausée que estallan, estallan contra el mundo, contra Israel, contra ellos mismos, contra su vida. La nausée se les mete dentro y ellos no la pueden sacar y estallan, esa nausée que viene de sus familiares muertos, de la vida incierta, de su pasado destruido, de su casa destruida, de los gritos de soldados hacia su padre, de los gritos que te obligan a dejar lo único que llegaste a amar en la vida entre escombros, sangre y bombas del cielo a la tierra y de la tierra a Israel. Otros lanzan piedritas, cuando aún es pronto para estallar. Otros lloran y se quedan en un rincón, viejecitos, encogiditos, mientras la nausée les destroza por dentro, mientras tanques y excavadoras les destrozan por fuera.

La nausée también se canaliza de otras formas… Se canaliza golpeando a una mujer con la mano del anillo de casado, con un grito, con una manifestación, con un graffiti, con una canción. Se canaliza con un voto lleno de nausée, un voto podrido y encima lleno de nausée que elejirá a un presidente nauséeabundo que exportara odio y terror en forma de bombas a países lejanos.

Hay que canalizar la nausée. Bueno, “hay que” no. No me siento profesor, así que me limitaré a aconsejar. Uno puede, si así lo desea, antes de que la nausée le destruya, sacarla, poco a poco, y yo así lo hago, para que no me destruya por dentro, la nausée… Sacarla y darle forma, darle con fuego lento, darle con martillo y pinzas y luego echarla al agua, meterla en un molde, quitarle los restitos de mi yo que no quiero ver y meter los que quiero enseñar, y formar un cuadro/una canción/un videojuego/una película/un libro/una poesía/un consejo/una paz que se extienda al resto y les libere, por un momentito, de su nausée.



Riaño

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