¡En el mal, es muy cierto! -volvió a exclamar el joven-. Tú has dicho la verdad, Zarathustra. Desde que quiero elevarme hacia la altura, yo ya no creo en mí, y nadie cree en mí. ¿ Cómo ha sido eso?Entonces enmudeció el joven, y Zarathustra, mirando hacia el árbol junto al cual se hallaban habló así:
Me transformo demasiado aprisa. Mi Hoy contradice mi Ayer. A menudo salto los peldaños, mientras subo - éso ningún peldaño me lo perdona.
Cuando estoy arriba, me hallo siempre sólo. Entonces nadie me habla, y el frío de la soledad me hace estremecer. ¿ Qué es lo que busco en la altura?
Mi desprecio y mi anhelo crecen juntos; cuanto más arriba llego, desprecio más a quienes suben. ¿ Qué buscan ésos en las alturas?
¡ Cuánto llego a avergonzarme de mis ascensos y de mis tropezones! ¡ Cuánto me mofo de mi violento jadear! ¡ Cuánto odio al que vuela! ¡ Cuánto cansancio siento en la altura!
[...]
Este árbol se encuentra aquí, solitario, en la montaña; ha crecido muy por encima de los hombres y animales. Si quisiera hablar, nadie le entendería: tanto es lo que ha crecido.
Ahora va esperando y va esperando..., ¿ qué es lo que va esperando? Habita demasiado cerca del asiento de las nubes. ¿Esperará, acaso, un primer rayo?
Mas yo te conjuro con mi amor y con mi esperanza: ¡ no expulses al héroe que hay en tu alma! ¡ Conserva santa tu más alta esperanza!
Así habló Zarathustra.
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