martes, 15 de septiembre de 2009

Ignus duo: Tempus fugit

Algo así no podía durar mucho. El alcohol ya subía cada vez menos. Conocí los porros, placebo que calmó e incluso me enseño un modo de relajarme, de pensar e incluso de meditar. Largas tardes en parques, la litrona al lado del librillo de papeles. Una razón para dejar las peleas y la irresponsabilidad y ser esclavos de otra rutina, diferente pero igual, tirados riéndonos, con la misma nada en nuestras manos, atrapándo el momento conviertiéndolo en una ilusión para luego destruirlo.

Me cansó, todo me cansó. Pertenezco a una generación con la que comparto sus vicios pero no sus virtudes. Dejé las drogas, no por moral o porque me hiciera mal, algo así me daba igual. Simplemente me aburrí, me cansó el llegar a casa y no poder hacer nada más que tirarme a al cama, encender la tele y dormir. Necesitaba pensar por aquel entonces. Lector desde siempre, iba ampliando razonablemente mis horizontes, me gustaba pensar en los que otros pensaban, me reconfortaba sentirme defensor u objetor de las ideas que alguien escribió hace tiempo. Curioso por naturaleza, era algo a lo que quizás por mi educación o por mi forma de ser estaba reservado desde hace tiempo. Leer me hizo diferente al resto, me hizo pensar en otras cosas. Un autor desencadenaba en otro, una idea en una teoría, un autor en una generación.

Y es que me siento diferente pero igual de gilipollas. Nací entre libros debido a un padre periodista. Soy republicano, dije con 13 años con tal de harcerle creer a mi padre que mi cabeza era portadora de alguna ideología. Pronto descubrí que no era nada excepto alguien a lo que no le agradaba nada de lo que le rodeaba. Nietzsche fue mi mentor, su poesía fue lo único en lo que creí durante un tiempo. Soñé con una sociedad diferente, con que cada cual pudiera mejorarse a sí mismo formando un colectivo diferente que pudiera acabar con todo lo malo. Me auto predicaba una moral nueva y fresca, idealismo que no compartía con nadie y que ahogaba en mi cabeza. Parece rápido pero duró, de creer en que un Übermann pudiera aparecer, en el que pudiéramos ser cabezas pensantes y no esclavos, pasé a no tener fe en un ser humano que me deprimía.

Mis amigos eran todo lo que yo rechazaba, pero aprendí a quererlos. Mi mayor conocimiento sobre libros y cine me llevó a una equivocada creencia de poseer una superioridad intelectual sobre ellos. Acabé por quererlos con sus faltas mientras empecé a odiar mi mediocridad y mis necesidades, tan banales como las que antes rechazaba. Simplemente buscaba conversaciones que mis amigos no podían darme. Al final, maté cualquier pensamiento, cualquier crítica hacia mi día a día para reservarla cuando estuviese a solas, que es cuando me liberaba. Esclavo, me socializaba por ser algo que necesitaba, sin quererlo realmente. Pensaba, me rallaba tirado en el parque, en fiestas en casa de gente que no conocía ni quería conocer.

Entre días aislado entre música y películas, había largas jornada de cerveza y porros, integrado en una juventud con la que no tenía absolutamente nada en común, excepto sus vicios, que poco a poco iban aburriéndome. Lo que más me gustaba era ver una película solo, leer un libro que más tarde no podría comentar con nadie.

Un día, gracias al impulso de un argentino, me dio por escribir todo lo que guardaba para mí, todo lo que iba acumulando en mi cabeza en esos días deprimentes con mis amigos, todo lo que veía, necesidades, odio, furia, individualidades asesinadas, democracia muerta. Mi bolígrafo empezó a volar, trazando las líneas que mi cabeza hacia tiempo necesitaba. Siempre quise escribir, pero nunca me sentí capacitado, leer a grandes autores me provocaba una inferioridad que me impedía liberarme.

Orgulloso releí mi primera obra, estaba contento de haber escrito unas escasas líneas sobre lo drepimente de mi sociedad. Empecé a creer en un fin, el de escribir y contar cosas.

Falso, mentira. No es más que una justificación plana y estúpida de otra necesidad, no es más que otro acto igual a todo lo que critiqué. Me río de las frases que intentan dar un gran sentido a un absurdo un arte, a la banal escritura a la ilógica idea en que un buen fin es transmitir algo. Transmitir, joder, lo único que puedo hacer es éso, calmar mi necesidad satisfaciendo al resto, que necesitan de otras obras, como yo necesito a Tarkovsky, a Nietzsche, como necesito pensar o escribir.

Ahora no hay quien me saque de un nihilismo que me impide hacer lo único que me gusta y de lo que me siento orgulloso. Paso tardes sin sentido volviendo a casa para no poder ni escribir. Leo con gusto, aunque menos. Escribir no deja de ser para mí otra necesidad como comer o follar. No hay más sentido que el de suplir una carencia, la de contar algo, la de sacar cosas de mi cabeza. Perdido en una generación perdida, idealista de un nihilismo que mata incluso lo que necesito y lo que me gustaría creer. Por la noche escribo, escasamente, de vez en cuando, y por la mañana me arrepiento, con vergüenza maldigo mis ridículos párrafos, asqueado por las estupideces que llego a pensar. Sin embargo, aquí estoy, quizás porque es lo único que se me da bien hacer, lo único que me gusta hacer o quizás porque estoy borracho.

Tengo que escribir más me digo. Pero joder, no puedo.


Riaño

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